La agresividad es poco pedagógica
El liderazgo que se ejerce de manera coherente, que no busca beneficio personal alguno, atraviesa a veces situaciones violentas, incluso arriesgadas. Mucho más si está acreditada la repercusión pública de su ejercicio. Que estas situaciones se produzcan en el ámbito educativo, no deja de ser significativo de lo que está ocurriendo en nuestro sistema escolar
Una situación de este tipo fue la que viví en un congreso sobre educación infantil organizado por ACADE, Asociación de Centros Autónomos de Enseñanza Privada.
ACADE es precisamente la que representa a una gran parte de los centros de educación infantil que atienden niños menores de tres años, llamados popularmente guarderías; aunque la expresión no es políticamente correcta. Fui invitado para participar en una mesa redonda en la que se hablaría sobre si la regulación académica de esta etapa debía realizarse desde una perspectiva educativa o asistencial. El planteamiento, que no era original de la asociación organizadora del congreso sino de los sindicatos más supuestamente progresistas, no dejaba de tener una alta carga demagógica.
Quien defendiera como asistencial la regulación de este ciclo, sería tachado de personaje retrogrado. Acusado de ser partidario de las censuradas guarderías, en donde se aparcan los niños para que la mujer pueda ir a trabajar. Los mismos acusadores reprochan, a quienes participan del carácter asistencial, que estén a favor de que la mujer haya de quedarse en casa cuidando de los niños. Sin embargo, aquel que defendiera el carácter educativo del ciclo se veía ensalzado con toda clase de alabanzas al otorgar a este ciclo el gran papel educativo al que está predestinado, dada la incuestionable absorción pedagógica de los niños de esta edad.
Naturalmente, la perversión del planteamiento, que continúa hasta nuestros días y así continuará porque nadie lo quiere remediar, estriba en que se otorga al sistema educativo la posibilidad de formar a los individuos desde sus primeros días de vida, según los criterios predominantes y políticamente correctos, relegando a los padres a un papel muy secundario. Al mismo tiempo, se alivian las conciencias paternas intentando hacer ver que no es tan grave dejar a los niños recién nacidos en el colegio porque se trata de la opción más educativa.
Todas las intervenciones me recriminaban violentamente, en algún momento con abucheos incluidos, acusándome de ser un asqueroso machista partidario de que “la mujer en casa, y con la pata quebrada” .¡Y decían ser educadores de niños!
En aquella mesa redonda había representantes de los sindicatos (CCOO y UGT), un Director General del Ministerio de Educación (PP), un pedagogo (asesor de la Junta de Andalucía, PSOE), una Directora General de la Consejería de Educción de la Comunidad Valenciana (PP) y un servidor, suicida de la causa, como representante de los padres. Unos por principios doctrinales otros por no salirse de lo políticamente correcto, todos defendieron, como no podía ser de otra manera, que ésta debe ser una etapa educativa. Frases hechas, argumentos simples, demagogia sin límites, se sucedían intervención tras intervención.
Cuando me correspondió el turno de palabra, en último lugar, puse en marcha mi presentación “powerpoint” y comencé a leer, con el sentido y la serenidad requerida, mi intervención; la cual puede conocerse también en este sitio. Podría haber en aquel salón 500 o 600 personas, todas ellas profesionales de la educación infantil.
Conforme iba transcurriendo mi lectura, notaba cierto enrarecimiento del ambiente. No recuerdo bien si al terminar, después de dar las gracias por escucharme, hubo aplausos o no. La cuestión fue que cuando se dio paso a las preguntas del público, allí no hubo preguntas. Todas las intervenciones me recriminaban violentamente, en algún momento con abucheos incluidos, acusándome de ser un asqueroso machista partidario de que “la mujer en casa, y con la pata quebrada”.
Naturalmente mi defensa no podía ser otra que la de lamentar que ellos mismos se estuvieran desprestigiando con aquella reacción tan violenta por no haberles calentado los oídos, contándoles lo que querían escuchar; en boca, además, de un padre comprometido en la educación. Me parecía inconcebible que un educador infantil se mostrara tan violento como algunos de los presentes lo estaban haciendo.Desde luego yo no sería el padre que les dejara a mis hijos en sus manos. Contra más sereno me mostraba en mis respuestas, más se calentaba el ambiente. Tan solo el moderador intentaba calmar las aguas como buenamente podía.
Al terminar la sesión, mientras algunas personas me miraban desde la distancia mostrándome el más absoluto desprecio, otras pocas se me acercaron para manifestarme su apoyo. Recuerdo especialmente a dos jóvenes educadoras que dirigían un centro en Zaragoza que, temerosas por la violenta situación, se disculpaban por no haber tenido el valor de levantarse para mostrase de acuerdo conmigo en que los niños recién nacidos deben ser atendidos y educados prioritariamente por sus padres. Se lamentaban contándome anécdotas relacionadas con los niños que ellas atendían en su centro.
Lamentablemente, aquella anécdota tuvo sus repercusiones en gran parte del territorio nacional. Si alguien no me conocía todavía, desde aquel congreso me conocieron sobradamente; lo cual benefició, por paradójico que parezca, a la organización que yo representaba. Hay cuestiones “de principio” y “de sentido” que no se pueden supeditar al compadreo con quien ostenta el poder. Y esto clarifica mucho el lugar que tanto las personas como las instituciones están llamadas a ocupar.