Para catequizar, primeramente, ha de hacerse en la familia; luego, a ser posible, en el colegio; y para finalizar, a través de todos los ámbitos por donde discurra la vida de nuestros hijos. Si no es posible conseguir que todos los ambientes sean propicios, habrá que suplirlo de alguna manera. Ahora bien, la Catequesis que prepara los sacramentos de la Iniciación Cristiana es propia de la parroquia.

La catequesis... ¿en el colegio?

Ha surgido una corriente que empuja a padres y centros escolares a organizar la catequesis de sus retoños en el propio colegio. Aducen para ello diversos motivos que, en general, pudieran más bien estar relacionados con la utilidad. Al parecer, los tiempos de los pequeños colegiales pueden aprovecharse mucho mejor evitando la conflictividad de horarios con las extraescolares, a veces muy abundantes. Esos huecos vacíos en los que se ven obligados a permanecer en el colegio, por ejemplo, antes o después del comedor, pueden rellenarse con una oportuna catequesis, ya que no se quiere renunciar a la Primera Comunión. Los padres, por su parte, quedarían también liberados de tener que acompañar a los pequeños al centro parroquial en unos horarios que parten la tarde por la mitad. En el colegio, por otro lado, los padres sienten que está garantizado de alguna forma que los niños serán objeto de buenas técnicas pedagógicas impartidas por auténticos profesionales de la enseñanza. Unos profesionales voluntarios que lo harían, naturalmente, con absoluta gratuidad.

Pero... ¿es indiferente el lugar donde se imparta la catequesis? ¿Se trata tan sólo de lograr el mejor hueco y el más provechoso para conciliar espacios y tiempos familiares? Ciertamente, si catequizar a una persona es acompañarla en el descubrimiento de un Padre al que se le debe todo, de un Salvador que nos redimió y nos mostró cómo deberíamos vivir, y del Espíritu Santo que quedó en la Iglesia para guiarla y hacerla permanecer en el Camino marcado, al tiempo que nos puede iluminar personalmente en nuestro obrar; este acompañamiento, digo, no ha de constreñirse a un espacio concreto. Más aún, la Catequesis debería recorrer todos los espacios y todas las horas del día, empezando por esas que se viven en familia. Para continuar, naturalmente, con todas las que los niños se ven obligados a permanecer en el colegio o en las extraescolares. Por eso es importante la elección de colegio y extraescolares. Si es que se pudiera elegir. No en vano, el instrumento de mayor poder a la hora de catequizar es el testimonio. Todos, con nuestro testimonio de cristianos coherentes, ofrecemos catequesis; o provocamos rechazo a la práctica religiosa si ese testimonio es negativo. Ese es el valor fundamental que aportan esos o esas catequistas que, sin conocimientos técnicos de pedagogía, trasmiten a los pequeños el sentido de las oraciones que enseñan o la visión trascendente de las pequeñas o grandes cosas que les acontece.

Sin embargo, las sesiones de catequesis, que tienen lugar una vez a la semana, para preparar los Sacramentos de la Iniciación Cristiana deberían tener su espacio en la estructura diocesana. Se me ocurren diversas razones, todas ellas de gran calado.

La única iglesia apostólica es la Iglesia Católica. Ésta es una seña de identidad esencial. El Obispo es sucesor de los apóstoles y la diócesis está dividida, grosso modo, en parroquias. Los colegios católicos, y particularmente las asociaciones de padres, deberían mantener una relación fluida y sistemática con la parroquia a la que pertenezcan. Pero cada uno debe ocupar su espacio si no se quiere desvirtuar el papel que les corresponde.

El católico coherente ha de estar inmerso en la vida parroquial y esto ha de inculcarse con insistencia y tesón en los catecúmenos. Tengan la edad que tengan, aunque esta acción pedagógica deba estar adaptada al nivel evolutivo en el que nos encontremos. Pero, si la catequesis de los pequeños la sacamos de la parroquia ¿qué vinculación percibirán con ella? Quizá, con un poco de suerte, los padres los lleven el domingo a la Eucaristía. Eso, si no la celebran también en el colegio.

Los feligreses necesitan percibir cierta vitalidad parroquial. Esta vitalidad ha de girar fundamentalmente en torno a la celebración de los sacramentos, pero existen otras diversas obligaciones que no se pueden obviar. Una de ellas, la acción de la caridad. Otra, que cobra cada vez más relevancia, es la evangelización. Y para evangelizar se cuenta con un precioso instrumento: la catequesis. Una parroquia sin catequesis es una parroquia que se percibe como con falta de vitalidad. La consecuencia natural es que la vida parroquial va languideciendo hasta convertir el templo, casi exclusivamente, en un lugar de culto y oración para las personas más piadosas y con más tiempo: los mayores.

La parroquia, si hemos conseguido trasmitirlo correctamente, siempre será una puerta abierta por donde poder acercarse a Dios, sea quien sea el párroco que la lidere. El colegio siempre formará parte de un pasado que no volverá.

Y, por no hacer excesivamente extenso este argumentario, una consideración más. Los escolares de los colegios católicos son encauzados en la vida cristiana e inducidos a la celebración de los sacramentos en el propio colegio. Sin embargo, cuando estos alumnos dejan de serlo se enfrentan a un mundo extremadamente secularizado en el que es cada vez más difícil mantenerse fiel a una mínima y latente práctica religiosa. En el mundo universitario, en el instituto o en la empresa ya no hay quien los lleve a confesar o a celebrar la Eucaristía, como ocurría cuando estaban en el colegio. Ya se sabe que, en esa fase de la vida, es difícil mantener la práctica religiosa. Pero, si los jóvenes sólo han percibido esa cierta religiosidad únicamente vinculada con su experiencia escolar quizá resulte más difícil que acudan a una parroquia cuando ya todo les sea adverso y dependa tan sólo de su propia iniciativa.

Aún me queda una razón que no quiero dejar pasar por alto. De nuestra época de estudiantes, todos recordamos a buenos profesores que han dejado huella en nosotros. Grandes amigos, compañeros de curso, con los que quizá sigamos manteniendo una buena relación. Pero también son frecuentes las malas experiencias, frustraciones, desengaños, fracasos. Una personalidad madura consigue superar con éxito todas esas contrariedades infantiles, aunque hayan podido dejar algunas cicatrices en nuestra personalidad y visión de la realidad que nos rodea. Sin embargo, en un mundo tan contrario a la trascendencia y propicio a la superficialidad es fácil recurrir a un chivo expiatorio que facilite la cicatrización de esas heridas que ya han de formar parte de nuestra existencia. Cuando el colegio ha sido de “curas o monjas”, es fácil hacer recaer las culpas sobre esta circunstancia. Y, como cogido al vuelo, todos los odios que han podido germinar en la infancia escolar terminan por volcarse contra la Iglesia y el “royo de los sacramentos”. Sin embargo, la catequesis parroquial es siempre apreciada y la relación con la catequista o el catequista se recuerda de manera más entrañable y afectiva. La parroquia, si hemos conseguido trasmitirlo correctamente, siempre será una puerta abierta por donde poder acercarse a Dios, sea quien sea el párroco que la lidere. El colegio siempre formará parte de un pasado que no volverá.

¡Ah! ¿Y qué ocurre con los pequeños que, aun asistiendo a un colegio público, están dispuestos a recibir la Primera Comunión? Para éstos sí, ellos que vayan a la parroquia. Pues bien, la parroquia ha de ser el lugar de encuentro común para todos y cada uno de los niños dispuestos a recibir catequesis para la iniciación cristiana. Aun siendo importante, no es tan determinante que esa parroquia pertenezca o no a la circunscripción territorial donde se resida. Lo verdaderamente sustancial es que la catequesis esté vinculada a la parroquia. Y me atrevo a decir que ésta es una de las primeras enseñanzas que ha de trasladarse a los catecúmenos. Y también a los padres.

La parroquia, en fin, es una institución sobre la que no se puede pasar por alto. Cumple un papel ineludible en una Iglesia que es apostólica. Cuestiones diferentes para tratar son la falta de vocaciones sacerdotales o la adecuada preparación de los catequistas. Pero, para acomodar la práctica religiosa a nuestros tiempos, costumbres, apetencias o visiones particulares ya existe una amplia gama de iglesias protestantes, que también dicen ser cristianas y que nos recibirían con los brazos abiertos.

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