Quizá lo más complejo de presidir una organización nacional como la CONCAPA, concebida a veces como un voluntariado y a veces, por ser una institución de tanto prestigio, como profesional, es conseguir hacer entender a quienes debieran protegerla las vulnerabilidades con las que se trabaja; precisamente, por las limitaciones de todo tipo.

Una situación comprometida
El Sr. Arzobispo volvía a insistir una y otra vez en su pertinaz pregunta, con su mirada fija en mí; como dejando entrever que la confederación podría encontrarse en manos de un curandero, en lugar de las del mejor doctor especialista.

Como Presidente Nacional, fui invitado a asistir a una jornada que celebraba la CONCAPA de la Comunidad Valenciana. En el acto de clausura, intervino el Arzobispo de Valencia, Monseñor D. Agustín García Gasco. Monseñor era buen conocedor de las vicisitudes adversas por las que había atravesado la organización en el proceso electoral, que se remontaban a un año antes de mi propia elección. Por otra parte, mientras que a mi no me conoció personalmente hasta aquel momento, sí que tenía un conocimiento importante de Rafael Monter, mi contrincante en las elecciones y Presidente de la Federación de Valencia.

En aquel acto se encontraban también otros representantes institucionales, entre los cuales estaba el de Comisiones Obreras, sindicato que se distingue especialmente por no ser muy afín a la CONCAPA.

El Sr. Arzobispo, con el que previamente, a su llegada, pude mantener una breve conversación de salutación, basó su intervención en una escueta pregunta que lanzaba al auditorio de manera insistente, aunque todos percibían cómo clavaba su mirada en mí: ¿Cuál es el estado de salud de la CONCAPA? Ignorante de la importancia que concedía el Sr. Arzobispo al hecho de que yo le respondiera la pregunta, pensé que ésta sería más bien retórica y que él mismo enlazaría con una respuesta adoctrinadora. Nada más lejos de mi interpretación. Él insistía en preguntar: ¿cuál es el estado de salud de la CONCAPA?

Tanto fue así que una persona destacada del público, precisamente la esposa de Rafael Monter, mi rival en las elecciones, se aventuró a conjeturar una respuesta prudente para aquella pregunta comprometida. Comprometida, dado el carácter público del encuentro y la intencionalidad que se vislumbraba, puesto que los dirigentes de aquella federación eran los más críticos sobre mi gestión. Además, convivían con cierto resentimiento por haber sido yo quien, sin su apoyo, ganara las elecciones. Pero aquella prudente respuesta de la esposa de Rafael, no consoló al Sr. Arzobispo, quien volvía a insistir una y otra vez con su mirada fija en mi en su pertinaz pregunta: ¿cuál es el estado de salud de la CONCAPA?; como dejando entrever que la confederación nacional podría encontrarse en manos de un curandero en lugar de las del mejor doctor especialista, que podría haber sido mi rival en las elecciones si las hubiera ganado. Precisamente, el doctor que postulaba aquella federación.

Una situación comprometida
Momento en el que, ante la mirada expectante de todos los asistentes, contestaba a la pregunta formulada por Monseñor D. Agustín García Gasco sobre el estado de salud de la CONCAPA

No podía rehuir más aquel reto arzobispal. Tomé la palabra y le respondí en base a dos cuestiones:

  • Por un lado, aún reconociendo que era una valoración subjetiva sobre la que yo estaba siendo juez y parte, podía afirmar sin miedo a equivocarme que la confederación no había estado nunca tan unida como en aquel momento. Unida en sus criterios, en su acción y en torno a un presidente cuya labor sólo era cuestionada por un número muy reducido de personas, movidas por un tipo de interés muy apartado de la objetividad. Esas personas se encontraban, fundamentalmente, en aquella sala.
  • Por otro lado, me preocupaba mucho la poca madurez religiosa de los dirigentes de una organización confesional sujeta a derecho canónico, como era la CONCAPA. Era cada vez más frecuente encontrarse con dirigentes en las asociaciones de padres de los colegios católicos que no habían bautizado a los hijos, aludiendo a la libertad que se les debe conceder para que ellos mismos decidan cuando lleguen a la madurez. Estos son los padres que el día de mañana llegarán a dirigir la actividad de la Confederación Católica de Padres. Aprovechaba, por tanto, para proponerle, desde aquel aforo público, una mutua colaboración para planificar una estrategia que intentara reconducir aquella situación. Si fuéramos capaces de mitigar esta deficiencia, probablemente conseguiríamos también evitar que se produjeran situaciones tan violentas como las vividas recientemente en el proceso electoral de la CONCAPA y que pueden terminar por dar al traste con su estado de salud.

Estoy convencido de que mi intervención estuvo iluminada por la Providencia. Tengo la sensación de que el Sr. Arzobispo se consoló gratamente con mi primera manifestación y se sorprendió por el reto que le lanzaba en mi segundo argumento, basado en un hecho tan real como alarmante. Por esa línea quise avanzar en mi acción, aunque se trataba de una tarea excesivamente ardua.

Aunque no está redactado de manera muy apropiada, aquí se puede ver cómo fue recogido, lo que para mi fue una anécdota, en el boletín editado por CONCAPA Comunidad Valenciana

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