En una sociedad en donde el relativismo parece ser el credo generalizado, un dirigente que se confiesa católico no puede relativizar su actitud. También los que pertenecen a una organización de ideario confesional se muestran acordes con esa confesión; por lo tanto, tampoco en ellos es admisible el relativismo moral

El dirigente católico

Las organizaciones en las que he estado involucrado, en su gran mayoría, han tenido una identidad católica. No obstante, la actitud del dirigente católico debe contemplarse en función de su condición personal y no del ideario de la asociación en la que colabore. Cada vez es más frecuente encontrarnos a personas inmaduras, desde un punto de vista religioso, dirigiendo asociaciones con ideario católico. Estas personas no están preparadas para calibrar, desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia, la importancia de su gestión; además de desconocer en muchos casos la aportación insustituible de la Iglesia Católica en la consecución de los avances sociales y de los derechos humanos, a lo largo de los siglos y actualmente.

El error es admisible, en los demás y en nosotros mismos, siempre que haya una disposición sincera a pedir perdón o a perdonar. Es la mejor manera de recuperar el equilibrio personal o de reflotar una organización maltrecha por los errores humanos

El dirigente católico debe actuar, por tanto, en coherencia con la doctrina social de la Iglesia; sea cual sea la organización a la que pertenezca. Su aportación debe contar precisamente con ese valor añadido. Desde luego, son válidas todas aquellas características que definen el perfil de cualquier dirigente. Por encima de ellas, destacaría además dos actitudes que me parecen esenciales en un dirigente católico:

  • El amor al prójimo. En los tiempos que corren puede parecer algo ridícula una expresión como ésta. Sin embargo, ésta es precisamente, en su práctica, la esencia de la religión católica: amar al prójimo como a uno mismo. Ésta debe ser, por tanto, la disposición que debe presidir cualquier acción de un dirigente católico. Sin caer en la ingenuidad, se debe practicar efectivamente el amor hacia nuestros colaboradores y oponentes. Son frecuentes las actitudes de falta de acogida, de desconfianzas injustificadas, a veces, incluso, de odio y de escarnio público. El dirigente católico no puede ser ignorante de esta realidad que aquí se describe para no correr el riesgo, por imprevisión, de cometer el pecado más grave después de la falta de amor a Dios, como es el de no practicar el amor al prójimo.
  • Capacidad de perdón. Aunque se trata de una consecuencia de lo anterior, es conveniente explicitarlo. El orgullo y el rencor son malos consejeros para un dirigente, mucho más para el dirigente católico. No sólo deja una huella indeleble en su personalidad, produce además un desgaste de consecuencias impredecibles en la organización. El error es admisible, en los demás y en nosotros mismos, siempre que haya una disposición sincera a pedir perdón o a perdonar. Es la mejor manera de recuperar el equilibrio personal o de reflotar una organización maltrecha por los errores humanos.

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