El poder del vil dinero siempre es algo que compite con nuestra sincera voluntad de servicio a los demás.

Las dietas en la CONCAPA
Era necesario aprobar una normativa que regulara el pago de indemnizaciones a toda aquella persona, cargos directivos o miembros del consejo confederal, que ejerciera alguna actividad para la CONCAPA

A los pocos días de mi toma de posesión como presidente de CONCAPA, la secretaria técnica me presenta una liquidación de gastos en la que, además de compensarme todos aquellos cuyos justificantes le había aportado, me añadía una cantidad en concepto de dietas. Me parece recordar que ascendía a 9.000 pesetas (54 euros) por día de los que ella consideraba me había dedicado a CONCAPA. Naturalmente, aquellas dietas no eran para compensar gastos, puesto que los gastos justificados eran satisfechos íntegramente. Ante mi sorpresa, la secretaria técnica me explicó que tanto el presidente como el secretario general siempre habían cobrado esa cantidad para compensar, de alguna manera, su especial dedicación a la causa. Más aún, me concretó que además cobraban una cantidad fija (me parece recordar también que se trataba de 40.000 pesetas, 240 euros) todos los meses en concepto de gastos diversos de difícil justificación como por ejemplo papel de fax, material de escritorio u otros.

Los representantes de las confederaciones autonómicas, hasta que yo llegué a la presidencia, también cobraban dietas cuando asistían a las reuniones del consejo confederal. Ahora bien, esto dependía de lo avispado que fuera el consejero o de la fluida relación que mantuviera con la dirección de la confederación. Quiero decir que, si el consejero no era conocedor de que se pagaran dietas por asistir a las reuniones o, simplemente, era un poco descuidado pues se quedaba sin cobrar las fantásticas dietas.

Naturalmente, a pesar de su insistencia, tuve que hacerle ver a la secretaria técnica que aquello estaba fuera de lugar; fundamentalmente, porque no había dinero para pagar aquellas retribuciones. Este era uno de los múltiples agujeros por donde la economía de CONCAPA se desangraba. Por tanto, a partir de mi llegada a la presidencia nos limitamos sólo a pagar los gastos que, tanto los cargos directivos como el resto de consejeros, tuvieran con ocasión de la actividad que desempeñaran para la CONCAPA. Siempre, previa justificación del gasto.

Esta práctica de pagar dietas por asistir a las reuniones es algo habitual en el mundillo político. Todo lo que tocan los políticos está sufragado con ese dinero que pagamos entre todos, pero que no es de nadie al decir de quien lo cobra. La educación, como espacio que forma parte de la política (y sumamente politizado), no es ajena a esta práctica. De hecho, los Consejos Escolares Autonómicos y el del Estado pagan las dietas correspondientes por las reuniones a las que se asiste. En algunos casos, estos consejeros escolares cobran verdaderos sueldos nada desdeñables. En mi época participativa, la excepción era el Consejo Escolar de Navarra –Junta Superior de Educación– que, al ser de reciente constitución pasó un tiempo antes de que se estableciera el cobro de las referidas dietas. El Consejo Escolar del Estado siempre me pagó dietas, a parte de gastos. Sin embargo, jamás cobré nada del Consejo Escolar de Navarra. En la actualidad todos los consejos escolares autonómicos y del Estado pagan dietas por asistencia a reuniones.

No obstante, yo siempre reconocí que aquella actividad, para unas personas más que para otras, conllevaba unos gastos añadidos a los que tenían en su vida corriente. Además, para los que eran profesionales autónomos suponía una pérdida de ingresos por no poder dedicar todo el tiempo necesario a su actividad profesional. En mi caso, tuve necesidad de comprar más vestuario del que utilizaba normalmente. Había ocasiones que tenía que alternar con personas o personalidad y no siempre podía dejar que otros pagaran los cafés o lo que fuere. Los bonos de viaje del metro, no los presentaba en mis liquidaciones de gastos. Otras veces, con el trasiego que tenía no era capaz de averiguar dónde había puesto los justificantes. Y así, un largo etcétera. No podemos olvidar que, al cabo de la semana, yo trabajaba para la CONCAPA fuera de mi lugar de residencia una media de cuatro días.

Las dietas en la CONCAPA
La economía de CONCAPA estaba sometida a una fuga de dinero que se iba por múltiples agujeros; algunos difíciles de descubrir, otros era preferible no destapar. Hubo que poner coto para resolver el déficit endémico de la confederación.

Así pasaron los dos primeros años. Pero, todo aquello fue tomando otro cariz cuando apareció en escena el que sería mi vicepresidente primero, luego convertido en presidente de la confederación, Luis Carbonel. Su inquietud por trabajar en pro de nuestros fines me llevó a incorporarlo a mi equipo más próximo, aunque para ello casi tuve que hacer encaje de bolillos. Pero Luis vivía del trabajo que desempeñaba en su despacho de abogado, en Zaragoza. Más que queja, se trataba de una reivindicación insistente por cobrar alguna cantidad de dinero, al margen de los gastos que se tenían. Además, gracias a la austeridad en el gasto y a algunos ingresos atípicos que habíamos conseguido, no sin grades esfuerzos, la economía de la confederación iba saliendo a flote poco a poco. De hecho, el ejercicio 2003 finalizó con un pequeño superávit; sin contar la deuda que manteníamos con la Conferencia Episcopal en concepto de alquiler de la sede.

Todo ello me llevó a proponer una normativa que regulara el pago de indemnizaciones a toda aquella persona, cargos directivos o miembros del consejo confederal, que ejerciera alguna actividad para la CONCAPA. Básicamente, además de otros pormenores, se trataba de establecer una cantidad de dinero por día trabajado para la confederación (30 euros); siempre que hubiera algún otro justificante que estuviera en relación con la actividad (billete de algún medio de trasporte, por ejemplo). Esta normativa debía ser aprobada por la asamblea general. La partida correspondiente a este concepto debería aprobarse en los presupuestos de cada año. Y, por supuesto, debía figurar en el balance de gastos. La intención era que aquello se hiciera con una total trasparencia. Nadie podía negarse a que cada uno percibiera lo que le correspondía. Se trataba de una cuestión de justicia. Pero debía hacerse público y, por tanto, había que normalizarlo y someterlo a la aprobación de los miembros de la asamblea.

“Con la Iglesia hemos topao amigo Sancho”. Mi tesorero se resistió todo lo que pudo, aunque tampoco daba excesivas razones de su resistencia. Me imaginé que para él aquella labor debía ser absolutamente altruista y voluntaria. Al mismo tiempo, el Vicepresidente Luis Carbonel me insistía hasta la saciedad haciéndome ver que él no podría seguir ejerciendo el cargo si no recibía alguna compensación. Pero, al igual que el tesorero, el vicepresidente no era partidario de dar demasiada difusión a aquel tipo de retribución; quizá, cada uno por razones distintas. Fue en el verano de 2003 cuando, después de una situación muy tensa entre el tesorero y yo, llevada al límite de la dimisión de uno u otro, terminó por ceder a que el Secretario General, el Vicepresidente Primero y el Presidente cobraran esas cantidades. Ellos me presentaban a mí su memoria de actividades y yo cuantificaba la indemnización y se la pasaba al tesorero, quien ordenaba el pago. Además se aprobó una normativa que no se llevó a la asamblea, pero que regularizó la compensación de gastos.

Entre los meses de septiembre y diciembre de aquel año 2003, yo percibí por este concepto 1.200 euros; el Vicepresidente Primero, Luis Carbonel, 1.020 euros; y el Secretario General, Roberto Caramazana, 660 euros. Mi liquidación correspondiente a los meses comprendidos entre enero y abril de 2004 (mi dimisión se produjo el 30 de abril) ascendía, según lo pactado, a 1.890 euros. En relación con esta última cantidad, quizá pueda imaginar el lector la actividad a la que estuve sometido hasta el último momento en el que dejé el cargo. Sin embargo, como ya había dimitido, el nuevo presidente en funciones, aquel que tan insistentemente me pedía que le retribuyera su trabajo, no tuvo a bien compensarme esos 1.890 euros. Es más, tampoco querían pagarme los gastos cuyos justificantes había entregado. A buen seguro a él, que me sucedió en el cargo, no le debió faltar cualquier tipo de compensación a partir de entonces. Pero esto es otra historia.

¿Alguien puede aventurar si con posterioridad a mi presidencia, y actualmente, en la CONCAPA se percibe retribución alguna por servicios prestados?

Normativa para la liquidación de gastos

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