Hace algún tiempo una persona muy querida, de manera muy directa y sin un contexto previo que motivara la pregunta, me interrogó: ¿es que me quieres evangelizar? Todo cristiano está llamado a evangelizar, pero no de una manera provocadora o que pueda violentar al candidato objeto de su prédica. La evangelización, hoy más que nunca, no puede llevarse a cabo de otra manera que no sea mediante el ejemplo de los cristianos. Por supuesto, también es importante no ocultar nuestra condición y dar testimonio de nuestra fe. El comportamiento de un cristiano no ha de ser casual, debe responder a sus creencias y ser coherente con ellas. Un cristiano conoce el amor que Dios le tiene, es consciente que todo se lo debe a Él, sabe que su libertad le permite elegir, reconoce sus debilidades y actúa en consecuencia con todo ello.

Llamados a evangelizar
Evangelizar no es otra cosa que dar a conocer la “buena noticia”

Pero, en sentido estricto, evangelizar no es otra cosa que dar a conocer la “buena noticia”; esto es lo que significa evangelio. Lamentablemente, nuestros contemporáneos ya conocen la existencia de la “buena noticia”. Lo que ocurre es que no se la creen, aunque esta incredulidad, a la larga, les reporte más sinsabores que beneficios. Al no creerla, tampoco profundizan en ella. Además, en realidad no necesitan creer. En nuestra sociedad capitalista, acomodada, de consumismo desaforado, hedonista, las creencias no son lo importante. Lo importante es todo aquello que se puede llegar a tener, o aquello que puede proporcionar placer.

Por otra parte, nadie puede ser obligado a creer. Creer es una acción tan personal como alimentarse; y si alguien no quiere alimentarse, nadie le puede obligar a ello, pudiendo llegar incluso a morir de inanición. Y si, a pesar de todo, quisiéramos alimentar a una persona por la fuerza y contra su propia voluntad el efecto que conseguiríamos sería adverso, provocando que llegara a aborrecer definitivamente, y de por vida, cualquier clase de alimento. La evangelización, por tanto, no debe ser objeto de ningún propósito; debe ser la consecuencia de un comportamiento apreciado por quien no cree. Para un cristiano, la mayor riqueza consiste en tener que necesitar a Dios. Este hecho no se puede ocultar, los demás se han de dar cuenta de ello.

A veces parece como si los que creemos en la “buena noticia”, es decir en el Evangelio, formáramos parte de un club. Nada más lejos de la realidad. Nuestro objetivo no puede ser conseguir socios para ese supuesto club. Ser católico no es obligatorio. Celebrar los sacramentos, sean cuales sean, no es algo que deba hacerse por obligación. Sin embargo, ser católico conlleva unos compromisos y un estilo coherente de vida en todos los ámbitos: en el personal, en el familiar, en el profesional, en el social, en el político, etc.

Por último, y lo más importante, ser cristiano supone haber llegado a un encuentro personal con Jesucristo. Los demás nos han podido hablar de Él, nos han podido contar historias de su vida y milagros, incluso nos han podido relatar su propia experiencia de fe. Pero todo esto no llega a calar lo suficiente. En la vida de todo cristiano hay un momento en el que se produce ese encuentro íntimo y persona con Jesús. Después, ya no te puedes desvincular de Él. Naturalmente, todo lo anterior ayuda. Y nosotros no debemos rehuir del encuentro, porque si lo hacemos no se producirá nunca. Dios no nos invade, pero debemos descubrirlo personalmente y en lo más íntimo de nuestro ser. De todo esto podremos deducir que no se nace siendo cristiano. A ser cristiano se aprende a lo largo de toda la vida. Ser cristiano es tener una pasión infinita por serlo.

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