Quién soy
Una persona normal y corriente
Nací en 1959, en Ciudad Real, en el seno de una familia de la incipiente clase media española. Tanto mi padre, Lorenzo (+2004), como mi madre, Encarnación, trabajaron sin descanso para proporcionar a mis dos hermanos menores y a mí la mejor formación posible, que en aquel momento había que pagarla porque era privada. En raras ocasiones pudimos beneficiarnos de las becas que existían, dado que los resultados académicos, aun siendo aceptables, no destacaban lo suficiente.
Aunque nací en La Mancha del Quijote, me siento tan navarro como manchego. Para disgusto de mis detractores nacionalistas, enfermos de hispanofobia, jamás podrán comprobar fehacientemente si en mi herencia genética existe algún vestigio de pureza vasco-navarra, puesto que “los Contreras” estamos dispersos por todos los confines del que fuera Imperio Español. Es por eso que me siento español, y por español, tan navarro como catalán o vasco. Y por navarro, tan español como el que más.
Soy una persona normal y corriente que, sin embargo, desde una edad muy temprana, hizo siempre todo lo posible por no anidar en la mediocridad reinante. Cultivar el espíritu, formar el sentido común y cuidar la forma física han sido siempre una constante a lo largo de los años. Evitar la indolencia, la falta de decisión, la pobreza de criterio, la trepa –desconsiderada hacia los demás–, la adulación en espera del favor injustificado, han sido siempre mi norma de conducta.
En todo momento me he sentido empujado a cultivar mi relación matrimonial con Mercedes, con quien me casé en 1983. De esta manera he podido evitar caer en las tentaciones tramposas que la sociedad moderna pone en nuestro camino. La educación de nuestros hijos, Helena (1984), Gloria (1988) y Alberto (1989), afrontada en hondura y coherencia, ha reforzado el vínculo familiar. Además, ha supuesto un camino de perfección porque nos ha obligado (me ha obligado) a tomar postura, de manera razonada y también vital, ante cuestiones de suma trascendencia.
Debo ser honesto y reconocer que siempre me he sentido acompañado y protegido por Dios. Mucho más en los momentos determinantes en los que he debido tomar decisiones que marcarían, no sólo mi vida personal y la de quienes me rodeaban, también el devenir de las organizaciones en las que he ido participando. A Él he recurrido, a través de la oración, con tanta frecuencia como he necesitado; de manera que en los malos momentos hallé consuelo, en las encrucijadas me sentí auxiliado, y en los éxitos supuso una ayuda para afrontarlos con humildad. Sin lugar a dudas, ha supuesto una ventaja haber recibido de Dios el Don de la FE y, de mis padres, la educación que la sustenta.