El sistema autonómico, una lacra para el ciudadano
La lengua como arma del separatismo
Levantando muros cada vez más altos
La vida en las distintas autonomías presenta cada vez más diferencias y agravios comparativos. Una de estas peculiaridades que se utiliza como instrumento contra la unidad de los españoles es la lengua regional.

Inexorablemente, el régimen autonómico nos viene conduciendo a la desmembración del país. Aunque todavía se mantienen elementos administrativos comunes a todos los españoles, trasladar la residencia de una comunidad autónoma a otra implica cada vez más y más dificultades. Unas dificultades similares a las que se producen cuando traspasamos la frontera de otro país.
Nadie puede negar que las lenguas autóctonas son un bien cultural en sí mismo. En España, sobre todo en las zonas rurales, se han mantenido de manera natural a lo largo del tiempo idiomas y dialectos que forman parte de nuestro patrimonio cultural. No sería racional, ni positivo, entablar una ofensiva contra esta realidad que, por otra parte, no es exclusiva de nuestro país. En Francia, sin ir más lejos, existen muchas más lenguas que en España. Ahora bien, la razón fundamental por la que los idiomas existen no es otra que la de entenderse con los semejantes. Poder comunicarse unos con otros. Esta es la razón por la que en España se ha venido utilizando el español de manera generalizada, constituyéndolo como idioma oficial. El español nos une y nos identifica. Precisamente esta identidad también nos une con los países de Hispanoamérica. Al mismo tiempo nos distancia de los países que no utilizan nuestra propia lengua.
Es fácilmente deducible que, para los ideólogos del separatismo nacionalista, esta unidad idiomática suponga un escollo que se debe superar a toda costa. Sin entrar en otras actitudes racistas que menosprecian y excluyen a todo lo español, personas incluidas, la guerra abierta y despiada contra el idioma que nos une ha venido siendo una prioridad para toda esta tropa integrista. Surgieron así las políticas de la llamada “inmersión lingüística”, llevadas a cabo desde direcciones generales y departamentos creados al efecto por gobiernos autonómicos. Estos gobiernos han sido, indistintamente, de izquierdas o derechas. Además, la citada “inmersión” ha sido fomentada a su vez por los gobiernos de España también con independencia de su signo político.
Pero ¿qué es eso de la “inmersión lingüística”? En Wikipedia se dice que “La inmersión lingüística o educativa es la exposición intensiva a una segunda lengua, viviendo en una comunidad que la hable de forma habitual, para aprenderla más rápidamente y lograr así el bilingüismo de los aprendices”. Es decir, lo que para algunos ha de ser: “sumergirse” por completo en el idioma a promover. Siempre que ese idioma se hable “de forma habitual”, algo que no ocurre en Navarra con el llamado euskera. Antes bien, lo que se pretende es imponer paulatinamente en aquellas zonas en las que jamás se ha hablado el euskera. Véase, por ejemplo, lo que está ocurriendo en la zona de la ribera navarra en donde, hace ya años, gobiernos del partido Unión del Pueblo Navarra (UPN), impusieron los topónimos en este idioma. Actualmente, se promueven ikastolas y hasta se contrata a profesores condenados por terrorismo.
Y es que, este “sumergirse” ha llevado a los técnicos de política lingüística del Gobierno Foral de Navarra, bajo la presidencia de UPN (por supuesto, también con gobiernos de signo contrario), a hacer segregación en los colegios públicos, sobre todo en el ámbito rural -aunque no sólo-, separando en los recreos, comedores u otro tipo de actividades a los niños que hablan en español. También han llegado a presionar a las familias hasta límites insólitos e intolerables, indicándoles que si los hijos no pueden hablar en euskera con sus abuelos es preferible que no hablen con ellos. Si leyeran estas líneas, lo negarían; pero no pueden engañarnos a quienes hemos sido testigos directos de ello.

La presión de los políticos contra los ciudadanos para que éstos aprendan, sí o sí, los idiomas regionales los ha llevado a una estrategia de acoso y derribo contra todo aquel, adulto o niño, que desee emplear el español para comunicarse. En estas regiones el español viene siendo excluido de manera violenta unas veces; otras, financiando todo tipo de textos para que aparezca en la lengua autonómica y no en español. Tampoco es posible acceder a un puesto laboral en las administraciones locales o autonómicas si no se conoce la lengua local, a pesar de que esa lengua local no esté generalizada y que el español sirve para que todos nos podamos entender entre nosotros. Y es que, el español nos vincula con España, mientras que el idioma regional fomenta la unidad entre los vecinos de la comunidad donde se hable. Una clara y descarada estrategia, amparada y sustentada por políticos de todo signo, para llevar a estas regiones, más bien temprano que tarde, a la independencia.
De manera natural los medios de comunicación, sobre todo autonómicos, pero también nacionales, están al servicio de estas perversas maniobras del separatismo nacionalista y del progresismo de izquierda y derecha. Es mucho el dinero que nos cuesta a todos los españoles alimentar este monstruo mediático que, a veces hasta de la manera más simple, insufla el buenismo inconsciente en las aturdidas mentes de los ingenuos españoles. El poder mediático se debe a sus “mecenas”. Pero llama mucho más la atención que la propia Iglesia haya sucumbido a estas maniobras de mentalización social.
Vamos a dejar a un lado los comportamientos patológicos de determinado clero independentista. Vamos a omitir conductas de clérigos que han llegado a encubrir terroristas o, incluso, a promover el terrorismo separatista entre su feligresía. No vamos a tener en cuenta aquellos otros que se secularizaron y pasaron a formar parte de organizaciones terroristas o a engrosar la plantilla de políticos viscerales contra todo lo español. No, en esta ocasión vamos a fijarnos en actitudes más cotidianas.
La estructura parroquial de la Iglesia debe cubrir las áreas más recónditas de la geografía, también aquellas en las que una lengua distinta del español se habla regularmente. No debe llamar la atención que, en estos lugares, el párroco se exprese en el idioma que los lugareños utilizan habitualmente, prácticamente sin excepción. Podemos conceder, incluso, que no se tenga la deferencia de hablar en español cuando algún visitante inesperado aparece en alguna celebración. ¡Ay de aquellos tiempos en los que la misa se celebraba en latín en todo el mundo católico! Lo que es más difícil de entender es que en una ceremonia en la que todos los asistentes conocen y hablan el español, se metan cuñitas de algún otro idioma que no conocen, si acaso, más que una exigua minoría de los presentes. Esto ocurre habitualmente con el vascuence, más conocido como euskera, y más propiamente denominado euskera batúa. Una lengua que no termina de cuajar entre los vascos, y mucho menos entre los navarros. Puede, incluso, que, salvo quien la esté usando, en ese tipo de celebraciones religiosas no haya quien conozca la lengua con la que se pretende hacer un guiño a las peculiaridades del nacionalismo (casi siempre independentista). Se suelta la parrafada batúa que resulta incomprensible para la inmensa mayoría la cual se queda a “dos velas” sin saber qué se ha dicho y mostrando así una absoluta desconsideración hacia la inmensa mayoría. Sólo por mostrar un detalle que no se tiene con quien se queda sin saber lo que se ha dicho.
La excusa siempre es la misma: como se trata de lenguas desfavorecidas, vamos a congraciarnos con las minorías que la hablan. Una demagogia inadmisible que no tiene escrúpulos en despreciar a quienes sólo entienden el español y, por tanto, no se coscan de lo que se está diciendo en la ceremonia. Y una consideración, por otra parte, que no se tiene con el español en aquellos lugares en los que, más bien, es perseguido.
Los idiomas regionales se deben proteger como bien cultural que enriquece la identidad española y por tanto pertenece a todos los españoles, los hablen o no. Ahora bien, las lenguas regionales se vienen convirtiendo en el más alto muro que se pueda construir entre distintas autonomías. Un muro que crece y crece sin parar. Es claro que el idioma está siendo utilizado por la ingeniería ideológica de los partidos separatistas, con la aprobación de los llamados “constitucionalistas”, para la consecución de su proyecto independentista.