Transmisión de la fe en la familia y la parroquia
La fe, qué fe
Una reflexión sobre la fe que puede llegar a trasmitirse
Una vez contemplada la realidad familiar con la que nos encontramos, reflexionemos ahora sobre la práctica religiosa generalizada. Cuál es la fe que se tiene interiorizada y cuál la vivencia que se exterioriza.
Desde 2007 me dedico, con bastante entusiasmo, a impartir catequesis para preparar la celebración del Sacramento de la Confirmación. Lo hago entre chicos y chicas de 4º de la ESO y 1º de bachiller, aunque también he llegado a impartirla a jóvenes soldados. Al comenzar el curso, con intención de centrar el sentido de nuestras reuniones, suelo preguntar por la razón que les trae hasta la catequesis. En un primer momento es como si les pillara descolocados, pero pronto alguien manifiesta su intención de querer “casarse por la Iglesia” en un futuro. Piensan que les van a exigir “tener hecha la confirmación” para llegar hasta el altar con su futura pareja. Empleo las comillas porque son frases que ellos mismos suelen utilizar, pero también porque estas expresiones dan a conocer un alejamiento de la ortodoxia religiosa, particularmente la católica. La cuestión es que, avanzando en la conversación, alguien termina por dar con la respuesta a la que todos se adhieren por considerarla certera: “queremos confirmar nuestra fe”. Parece razonable, catequesis de confirmación para confirmar la fe. El desplome pretendidamente argumentativo se produce cuando les interpelo sobre cuál es esa fe que quieren confirmar. De acuerdo, es la fe en Jesucristo, la fe católica; pero, ¿en qué consiste la fe católica? Rápidamente les alivio aclarándoles que para eso está la catequesis, para clarificar, testimoniar e intentar ejercitar la vivencia de la fe que profesamos.
Procuro completar el diagnostico que me facilite la ardua labor a la que me he de enfrentar pasándoles un cuestionario del que pretendo obtener la información sobre cuál es la fe que ellos tienen interiorizada y de qué manera esa fe tiene presencia en su vida cotidiana. En definitiva, conocer el punto de partida. Este cuestionario está dividido en tres partes. Una encaminada a descubrir cuál es su práctica religiosa, otra sobre lo que creen y lo que no creen, y por último qué opinan sobre cuestiones, de alguna manera, relacionadas con la fe. Estas cuestiones a las que me refiero son, por ejemplo, la opinión que les merece la Iglesia, los curas, el Papa, el divorcio, la pena de muerte, el aborto, la reencarnación, la homosexualidad…; en fin, temas que, con bastante probabilidad, me sacarán ellos mismos a lo largo del curso.
Al respecto de mi estratégica toma de datos, he de decir que les pido que me pongan el nombre, aunque trasladándoles la confianza de que nadie conocerá sus respuestas salvo yo. No es, por tanto, un cuestionario anónimo. Por esta razón, sus respuestas podrían adolecer de falta de sinceridad para encubrir lo que consideraran posibles contradicciones en relación con la doctrina católica. La realidad es que me encuentro con respuestas sinceras que reflejan, sin temor alguno, lo que viven, lo que creen y lo que opinan. Incluso, de alguna manera, me trasladan una sensación desafiante; como si fuera la doctrina la que está equivocada y no su forma de entender la fe.
Debemos reconocer que los que vienen a la catequesis son una minoría de los jóvenes adolescentes católicos. Hay otros que también se dicen católicos, pero no van a la catequesis quizá por falta de tiempo, por falta de interés o simplemente porque les aburre. Los que vienen son los que, en principio, muestran un mayor interés por la religión que dicen practicar. Son jóvenes que han tenido y tienen en su familia una cierta referencia de la religión y de la práctica religiosa. Mayoritariamente van a colegios católicos. Me enfrento, por tanto, cada curso, y ya van trece, a una muestra significativa que permite tomar el pulso a la fe de estos chicos, y también, por cierto, a sus familias. Porque la fe que les ha traído hasta la catequesis han debido respirarla en su entorno más próximo. No obstante, soy consciente de que me encuentro ante una edad en la que ellos han hecho suyas unas concepciones que pueden estar enfrentadas a las de los padres. Y, de hecho, lo están muchas veces. Por otra parte, mi percepción de la realidad no es exclusiva ni excepcional. Cuando hablo con otros catequistas la impresión que me trasladan es idéntica a la que yo aprecio. También la simple observación del entorno puede refrendar esta información, que yo obtengo en vivo y en directo, sobre la fe que anida en las familias actuales ya constituidas, a las que pertenecen mis jóvenes catecúmenos, y en las familias incipientes, las que ellos mismos formarán en un futuro.
La fe es una virtud teologal que no aparece mágicamente ni perdura inamovible en el tiempo. Todo cristiano vive la fe con altibajos y, a lo largo de los estadios evolutivos por los que se atraviesa, la fe se vive de diferente manera. Parece lógico que en la madurez la fe adquiera una solidez que no es propia en un adolescente. La llegada de los hijos suele hacernos profundizar en esas verdades de fe que alguien sembró en su día. Y es ahí, con la llegada de los hijos, cuando nos encontramos ante la tarea cuya reflexión nos tiene convocados el presente texto: la transmisión de la fe. Son esas jóvenes parejas, que conforman familias como las referidas en el apartado anterior, las que se enfrentarán con la misión de educar a su prole. Y uno de los aspectos que podrían abordar será el de cómo promover la fe en sus hijos.
Pues bien, estos jóvenes padres, que ya rondarán quizá los treinta años -porque los hijos se procuran a edades cada vez más avanzadas-, viven una fe que, en términos generales, tiene los siguientes elementos en común:
- Sólo el 10 % de los matrimonios que se celebran en España lo hacen religiosamente, según un informe presentado en 2019 por la Fundación Ferrer i Guàrdia (nota). Por otra parte, cada vez es más frecuente que las personas religiosas terminen emparejándose con alguien que no lo es. A veces, incluso, ese alguien puede ser antirreligioso. En cuanto al 80% restante, quizá haya algunas parejas que se sientan llamadas a contemplar aspectos religiosos en la educación de los hijos. En realidad, la vivencia de fe entre los matrimonios celebrados religiosamente y los que no se celebran más que por lo civil puede que no sea muy distinta. Es curioso, parece que la Comunidad Autónoma Vasca y Cataluña son las regiones en donde más ha descendido el número de matrimonios religiosos, cuyo descenso supera la media nacional del 80 %. Pero esto es otro tema. Navarra, una comunidad con gran arraigo de la fe católica, está todavía por encima de la media (el 20,4 % celebran la boda religiosa), pero no parece que sea por mucho tiempo.
- Los jóvenes padres que se casaron religiosamente no celebran habitualmente los sacramentos, ni la Eucaristía ni la Penitencia. Ahora bien, bautizarán a los hijos, los llevarán a hacer la primera comunión y puede que la confirmación. Estas jóvenes familias no rezan de manera asidua, en casa no se habla de Dios, los padres no introducen a sus pequeños en la práctica religiosa ni los hijos ven a sus padres que mantengan relación alguna con Dios. Sólo en fiestas señaladas esta rutina alejada de la religiosidad se rompe, pero lo hace de una manera secularizada y, más o menos, folclórica. Cuando esporádicamente “van a misa” no dudan en acercarse a la comunión, aunque no se sabe muy bien cuál es el sentido que otorgan al acto de recibir a Jesús sacramentado porque, tras la comunión, no parece que se dirigen a Él en oración, de manera personal e íntima (lo sé porque me lo han dicho). Simplemente ingieren la Hostia consagrada como si de un aperitivo social se tratase, en lugar de experimentar un sublime encuentro con quien es causa y fin de todo.
- Creen que Dios existe, pero no están seguros de que el origen del universo lo haya causado Dios. Tienen puesta su fe más bien en el big-bang. Realmente es llamativo, pero cuesta un enorme esfuerzo hacer entender que el big-bang tuvo que causarlo alguien. De poco sirve explicar que no es más que una teoría que enunció, precisamente, un sacerdote católico, Georges Lemaître, no perdiendo por ello la fe en un Dios creador. El Espíritu Santo les toca de refilón, a pesar de que hayan recibido la Confirmación. Y lo que de ninguna manera están dispuestos a admitir, salvando honrosas excepciones, es que la Virgen María concibiera milagrosamente por obra del Espíritu Santo. La resurrección es un hueso duro de roer; sin embargo, no tienen grandes objeciones para asumir la reencarnación como algo lógico, posible y real. Pueden llegar, incluso, a admitir la resurrección de Jesucristo; pero no les entra lo de que nuestro cuerpo vaya a resucitar. El infierno y el pecado lo admiten, pero dejan la sensación de que son otros los que pecan e irán al infierno.
- La opinión es bastante adversa hacia la Iglesia, los curas o el Papa; aunque el Papa Francisco está teniendo mucha aceptación. Piensan que este Papa admite la homosexualidad, el divorcio y la comunión de personas amancebadas. Son contrarios a la pena de muerte, pero no ven inconveniente en que se pueda abortar; sobre todo en caso de violación o problemas de salud en el feto. Por otra parte, son partidarios de mantener relaciones sexuales sin que el matrimonio tenga que ser el encuadre de tal actividad recreativa. La sexualidad es un divertimento más, como la bebida o atracarse de un buen manjar. La homosexualidad es vista como algo ¿natural?, sí parece que lo ven natural. A fin de cuentas, están convencidos de que lo natural es todo aquello que el ser humano pueda lograr, al margen de los métodos que se empleen para ello. Por eso, no ven inconveniente en el cambio de sexo o las transformaciones estéticas más diversas.
Claramente, la descripción anterior responde a una fe que podríamos calificar de enferma. Se trata de una fe llena de contradicciones, de incoherencias. No se apoya en la razón, es más bien un fideísmo propio del protestantismo. Las personas creen en Dios, y están más o menos convencidas de que sólo por creer se salvarán. La práctica religiosa es secundaria, superflua. De esta manera, se construyen una fe que roza en algún momento la fe católica utilizando a conveniencia algunas tradiciones a las que se ha despojado de todo sentido trascendente. Esta es la fe que, mayoritariamente, saldrá al encuentro de los infantes ubicados en las nuevas familias descritas con anterioridad.
Me viene a la memoria una anécdota sucedida en una reunión de padres cuyos hijos se preparaban para celebrar el sacramento de la Confirmación. El párroco concluyó su disertación haciendo una apología de la Eucaristía y resaltando la importancia de que no se abandonara la celebración eucarística. Un padre sentado al final del auditorio (parece que lo estoy viendo) interviene manifestando: “es que… la misa es un rollo… yo me voy con mi hijo a ver al Osasuna y allí nos lo pasamos bomba…”. En un principio pensábamos que estaba bromeando, después de todo nadie le obligaba a que el niño viniera a la catequesis. Pero, ¡qué va! Lo decía totalmente en serio. Incluso insistió: “si al menos las homilías fueran entretenidas… pero es que soltáis auténticos rollos”.
Nota: EFE. (9 de abril de 2019). Agencia EFE. Consultado el 10 de junio de 2020, de https://www.efe.com/efe/comunitat-valenciana/sociedad/casi-el-84-de-los-matrimonios-son-civiles/50000880-3948393
Teresa
13/12/2020 a las 21:20
Una radiografía bastante ajustada a la realidad